Iniciamos la ruta tiritando por el viento del norte que nos azotaba, haciendo que la sensación térmica fuera similar a la de estar en Siberia con el aire acondicionado puesto, todos habíamos tomado nota de las predicciones y aparecimos con el traje de invierno gris, aquél que se hizo para rodar por Groenlandia o expediciones a la Antártida; hoy lo agradecimos bien.
Mucho más gratificante fue comenzar a subir al Monte Coto prácticamente desde el inicio, por el barranc de la Caseta, senda paralela a los Siete Machos, que han quedado en machitos una vez han cementado los más duros.
La subida es potente y se agradeció porque ayudó a entrar en calor, es más constante que los Siete Machos y con un poquito menos de desnivel, que se recupera al final, que es de infarto.
Mal pintaba el día para la Moya’s family cuando el hijo confesaba a Ramón que llevaba metido el turbo desde el inicio, donde más suave es, con todo lo que quedaba todavía por delante. O las baterías han mejorado mucho o no estaba claro que su carga durase hasta el final. El padre insistía en el “Eco”, el hijo en derrochar, más de un padre echará una sonrisa ante el paralelismo que sufre diariamente con los suyos.
La senda es muy entretenida, con un par de pasos técnicos que fui pasando, salvo apoyo de pie junto a la derruida caseta, hasta llegar a la parte más potente, que hoy no me vi con ganas ni de intentar porque es criminal. La conseguí superar en marzo pero me dejó amagos de rampas para el resto del día. Es brutal.
Una vez pasado el ramponazo de la muerte, vuelta a subir hasta las escaleras que dan salida a la pista, con otro escalón comprometido de por medio que tampoco intenté, todavía no me veía en plenitud. Aquí demostró Ramón el poder eléctrico y lo subió con dos pedaladas, como si estuviera dando un paseo, ver para creer…
Ya en la pista, ascensión del último Macho, ahora cementado y mucho más asequible excepto para el hijo de Ramón, que con el turbo y todo se le veía sufrir, no pintaba bien.
Reagrupamos en el cruce de cuatro caminos y reemprendimos rápidamente la marcha, puesto que el aire cortaba, máxime cuando nuestros cuerpos habían comenzado a sudar. La ascensión no había terminado y todavía quedaba bastante.
Pasamos por el mirador del Monte Coto, con unas vistas preciosas, para girar a la derecha y seguir subiendo por pista rota, a cuya entrada tuve que parar a cambiar las pilas de mi vetusto GPS. Les dije que siguieran para no retrasar al grupo, confiando en alcanzarlos un poco más adelante.
Cambié las pilas, aproveché para zamparme una barrita y soltar esa afamada agüita a la que cantaban los Toreros Muertos, carne de karaoke. Una vez preparado, me lancé adelante y solté carbonilla, subiendo a buen ritmo e internándome por una parte que me encanta, vas por la cresta del Monte Coto en un constante sube y baja con un puntito técnico.
Ese puntito se convierte en un puntazo en el último repecho, que no logré pasar la última vez pero hoy sí, compensando el nulo intento del barranc de la Caseta. Justo al llegar arriba, tras subir casi 500 metros de desnivel en unos seis kilómetros, vi al grupo un poco más adelante, aprovechando el inicio del descenso para cogerlos e ir ganando posiciones, puesto que la bajada es bastante amplia y las trazadas varias.
Acabamos en pista y volvimos a coger senda hasta llegar a la carretera, a cuya salida me coloqué para echar unas fotos a mis compañeros, cuyo postureo empieza a ser alarmante. Están saliendo muchos candidatos a modelos de revista bttera, espero recuerden alguna vez quién les ayudó a que fueran conocidos.
Y de la carretera, rápidamente al barranc de les Tres Fontetes, con un inicio técnico pero asequible, mucho más que en marzo, que estaba absolutamente destrozado por las lluvias y causó pavor en nuestras filas por ver como estaría el resto.
Seguimos sin hacer el último escalón pero tengo que intentarlo la próxima vez, por la izquierda, no se me puede seguir escapando. A partir de ahí, llega la parte más divertida, el rodar a todo trapo, con el plato metido, surfeando sobre un lecho de grava fina.
Una lástima que diera la impresión de haber sido arreglado, puesto que parecía que la bici surfeaba muchísimo menos que en las dos veces precedentes pero, aún así, lo disfruté como un enano y salimos todos encantados.
Al intentar realizar foto grupal a la salida del mismo, me comentan que falta Andrés, que bajaba alegremente, trotando por una escalerilla con una tremenda cara de felicidad y descanso. Parece que, previendo la dura subida al Cabezo de la Sal, había ido a soltar lastre y abonar el campo, seguro que el futuro arbolito que allí crezca le dará las gracias.
Retomamos la marcha rodeando el Cabezo de la Sal para afrontar la subida por la vertiente norte. Aquí, el benjamín de los Moya dijo basta, o su batería comenzó a peligrar, por lo que la familia decidió afrontar el retorno a los coches lo más rápida y fácilmente posible, supongo que por carretera. Afortunadamente llegaron bien porque, cuando nosotros llegamos a los vehículos, el suyo ya no estaba. El chico debe prepararse un poquito más para este tipo de rutas, solo con la batería no es suficiente.
Porque el subidón al Cabezo de la Sal es de narices, por pista con fortísimo desnivel, que no deja de sorprender por muchas veces que lo hagas. Son unos 300 metros de desnivel en poco más de dos kilómetros que machacó las piernas de Andrés, que comenzó a sentir amagos de rampas a partir de entonces.
Echamos unas preciosas fotos con El Rodriguillo al fondo, con Rafa abrazado al Cabezo de la Sal propiamente dicho, y supongo que echándose un puñadito al bolsillo, por si encontraba soso el almuerzo. Realizamos corta parada a comer alguna barrita, bien resguardados del viento que todavía soplaba y hacía inútiles los rayos del sol. A las diez y media marcaba un grado el GPS de Elías, los charcos que encontramos todavía estaban congelados.
Y venía el plato fuerte del día, la bajada del Cabezo de la Sal, chulísima, es un bajar por no se sabe dónde puesto que hay infinidad de sendas abiertas. Es una lástima porque han dañado mucho la ladera y se han hecho unos regueros muy profundos que hay que evitar a toda costa si no quieres visitar pronto al traumatólogo.
La pendiente es siempre fuerte, tiene buen grip y unas cuantas curvas muy chulas. Inicié el descenso en cabeza pero, ante mi titubeo a la hora de elegir entre tanta senda, Andrés cogió el relevo y le dio más marcha al grupo, resultando una bajada más fluida gracias a él.
Resultó divertidísima para todos e incluso la completamos entera unos cuantos, puesto que el final es bastante respetable por estrecharse la senda entre pinos con reguero potente por en medio que ha hecho escalones ciegos a los que te tiras sin saber cómo estará debajo. Lo completamos del todo Andrés, Ginés, Elías y yo…a Rafa le faltó un pelo pero, tengo la impresión de que no se le escapará la próxima vez, su bici sufrirá una profunda transformación muy pronto que hará carretera de los escalones. Estamos a punto de verlo.
Una vez abajo, emocionados por el bajadón, retomamos el camino, bordeando el Cabezo de la Sal, cogiendo nueva subida por pista, corta pero también empinada, con el que enlazamos nueva trialera, también de escasa duración pero muy entretenida, a la que descubrimos nueva entrada muy prometedora y un par de abocaetas de infarto por cortesía de Andrés, siempre buscando alternativas.
De nuevo a las faldas del Cabezo, seguimos bordeando por bancales, en alguno de los cuales el dueño ha dicho basta y trata de impedir nuestro paso, habrá que respetarlo buscando alternativa. Tras los mismos, nueva senda muy entretenida y con su punto de dureza, puesto que es un continuo sube y baja que va minando las escasas fuerzas de alguno. Siempre resulta llamativo el paso del barranco, con fuerte rampa que subimos casi todos.
Soltamos las faldas del Cabezo para dirigirnos hacia Encebras, por pista y carretera, prometiéndonos Andrés bajadón épico por cortafuegos para la próxima visita, apuntada queda.
De ahí hacia Casas del Señor, por la senda de Xirivell, corta pero divertidísima, aunque algo esquiva para Juan que, sin GPS, encabezaba el grupo como un rayo y en cruce, en lugar de esperar o probar suerte hacia abajo, lo hizo hacia arriba, arrastrando al resto unos metros hasta que Elías avisó del entuerto. Es la ceguera del rallyman, busca subidas, nunca bajadas. Si hubiera sido endurero, la elección hubiese sido la contraria, con toda seguridad.
Por cierto, no sé que le dieron a Andrés pero su recuperación fue espectacular, recuperó fuerzas con una rapidez inusitada, aunque no tanta como para superar el último ramponazo del día, corto pero suelto y muy duro. Con las fuerzas ya justas, logré pasar con un poco de suerte al conseguir esquivar a Ginés casi sin saber cómo, puesto que tuve que frenar en pleno esfuerzo y todavía no me explico de dónde salió el grip suficiente para volver a arrancar.
Tan lleno de satisfacción como falto de aire, esperé al resto del grupo arriba del todo, que intentó el último repecho con suerte dispar, aprovechando para echar unas bonitas fotos del esfuerzo. A partir de ahí, la senda es mucho más sencilla pero no menos divertida, llegando muy felices a Casas del Señor, donde afrontamos el retorno a La Romaneta por pista en descenso y viento a favor encabezados por Clemente, que debía estar deseando almorzar puesto que puso un ritmo de lo más vivo, que estiró mucho el grupo, revelando que Rafa comenzaba a andar un poco justo.
Salimos a la carretera y el grupo tiró a tope hacia delante, quedándome con Rafa para ir juntos al coche, también a muy bien ritmo, es increíble cómo lo estamos poniendo en forma, ha mejorado muchísimo respecto a las primeras rutas a las que nos acompañó después del verano. Comienza a ver las licras con más cariño.
Llegada a los coches y a pegarme un buen almuerzo con Rafa, en el bar donde lo hicimos el día del Carche, estando la camarera mucho menos gritona, no sé si por consejo de su otorrino, puesto que debía tener las cuerdas vocales destrozadas.
Riquísimo bocata de chorizos, blanco y negro para el bocairentino, todo a la brasa, incluso el pan, acompañado de plato de magra con tomate y numerosos comentarios de la nueva bicha de Rafa, que esperamos ver muy, muy pronto, a ser posible en Beneixama, donde la probaremos bien…
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