Hay sendas que bien valen una ruta, son aquellas especiales de verdad, las que lo justifican todo y te devuelven a la cara esa sonrisilla tonta cada vez que las recuerdas, como aquella vez que triunfaste con aquella chica que tanto te gustaba. Hoy hicimos una de esas sendas, hoy triunfamos y, además, el resto de la ruta fue un auténtico espectáculo. Gloria al MTB.
Se trataba de una senda técnica, con algunos pasos de pateo, pero de una belleza sobrecogedora. A nadie le importó caminar un poquito, era impresionante caminar por encima del mar y bajo una montaña de colores cambiantes que recordaba los años 70. El día que Dios las creó, seguro que fue bajo los efectos de algún psicotrópico. Ya lo decía “Ska-p”, el primer hippie de la Humanidad.
Solo me quedaba seguir insistiendo a “Los Mataos” para que me acompañaran en una versión más “light”, tenemos una sección de trialeros en el grupo pero sin tanto nivel como el murciano, donde ellos ven escalones, los míos ven precipicios. Les voy metiendo en buenos fregaos pero siempre con cierta delicadeza y mucha vaselina. Metiéndosela pero sin que se den cuenta. Con esa técnica, la “virgen” María quedó embarazada hace muchos años. Si a ella le funcionó, por qué no intentarlo yo.
Y fijamos este sábado como objetivo, puesto que la ruta oficial de “Los Mataos” estaba planificada por el Cabo de Gata y sabíamos que las probabilidades de realizarla eran muy bajas, por lo que directamente nos pusimos a trabajar en aventurilla trialera alternativa. Ya teníamos sherpa, iba a ser Rafa y por La Unión, zona aledaña y muy divertida.
Un problema de agenda de última hora de nuestro “Matao” murciano nos dejó huérfanos de ruta pero no de ganas de ir, por lo que decidí tomar el mando y aprovechar para realizarles la ruta que tanto tiempo llevaba soñando en mostrarles. No tocamos la zona de La Unión para que Rafa se pueda explayar a gusto cuando su agenda lo permita.
Así, once bikers nos presentamos en Cala Reona, nueve “Mataos” y dos casi-Mataos, nuestro Rafa de Bocairent y Raúl, con el que hacía ya un tiempo que no rodaba, compañero de Transalpina. Teníamos prevista la salida a las 8:00 pero el despiste de un conductor primero, y de su navegador después, hicieron retrasar la salida media hora. Sabía que las mascotas acaban pareciéndose a sus dueños pero no que también ocurriera con los navegadores.
Hacía un viento frio, yo iba de verano total, pero ya se veía que el terreno estaba realmente bueno tras las lluvias de la noche anterior. Jamás volveremos a tener la oportunidad de volver a rodar con mejor grip por aquella zona.
Arrancamos, giro a la izquierda y fuerte repecho a la derecha que ya hizo saltar las señales de pánico en el grupo, todo el mundo a pie, primera caminata a los doscientos metros de iniciar la ruta. Intentaba calmarles, no me creyó nadie y mi cuello corría más peligro que una bandera española en Cataluña. Afortunadamente, nadie se quejó al finalizar la ruta.
Sí que noté, respecto a julio, el devastador daño causado por la gota fría de septiembre, que dejó claras señales en zonas claramente ciclables con anterioridad, por lo que habría que estar atentos durante el resto de la ruta.
Comienza aquí la parte más tranquila del recorrido, ciclando hacia la Fuente Grande alternando pistas con alguna que otra senda y corto tramo trialero. Es la parte de la ruta con menos atractivo pero se realiza al inicio, por lo que se olvida con facilidad. Es lo bueno de planificar así el recorrido si tienes memoria de pez.
Llegamos a las urbanizaciones y el golf de Atanamaría, para dirigirnos al inicio de la subida al Monte de las Cenizas, dejando la visita a “La Croqueta” para cuando Rafa esté disponible. Se trata de una subida pistera, con desnivel asequible y bonitas vistas de la bahía de Portman a la derecha, ya en la parte más alta, coronando junto a las famosas baterías que llevan su nombre.
Tras un ratito disfrutando de las fantásticas vistas y divertirnos con las típicas fotos en los cañones, donde no cayó nadie pero poco faltó, continuamos la ruta hacia la famosa trialera que allí se esconde, a la que llegamos por el lugar habitual, nadie se atrevió a acompañarme por las escaleras que Ángel me enseñó este verano. Están muy empinadas.
La trialera estuvo fenomenal, se inicia con unas zetas que hoy estaban fantásticas por el grip del terreno, que agarraba un montón y te permitía tener controlada la bici en todo momento, nada que ver con este verano. Solamente había quedado perjudicado parte del tramo inicial por fuerte reguero creado por las lluvias.
A partir de ahí, dos pasos a destacar, un bonito escalón tras curva a la derecha que solo realicé yo, por lo que la foto quedó para próxima ocasión y tramo sobre roca posterior, que endulcé al entrar un poquito más arriba, con buen escalón y giro a la izquierda que emocionó mi corazón y casi provoca infarto en Andrés, que seguía mi rueda. Nunca más lo hizo. Al resto le avisé para entrar por lo fácil.
El resto es bajada rápida por pista, algo más divertida por el reguero de las últimas lluvias que la parte en dos, para girar a la izquierda buscando nuevo ascenso hacia la Batería de La Chapa, previo paso por senda preciosa que bordea el mar desde los acantilados. Ginés agradeció mucho la barandilla. Senda cortesía de Ángel que gustó mucho.
Tras unas escaleras, pasamos junto al faro de Portman y bajamos a chiringuito por corta y empinada trialera, con algún giro inicial muy divertido. Destacar la presencia en el establecimiento de camarera rubia espectacular de la cual quedé enamorado este verano. No quise parar a tomar nada puesto que el tiempo apremiaba y, de haberlo hecho, hubiera quedado allí atrapado para el resto de mis días o hasta que mi mujer me sacara a palos, probablemente la segunda opción.
Iniciamos el retorno al Monte de las Cenizas cuya aproximación realizamos por asfalto primero, calzada romana después, entretenida y con cierto grado de dureza al final, cuando más romana es, y que finaliza en paso entre dos vallas con giro a la derecha en el que debes pasar la rueda delantera por un lado de un pequeño poste, la trasera por el otro. Me salió todo, estaba “on fire”.
El que traía las balas de fogueo era Andrés, que tras un mes sin tocar bici notaba la dureza de la ruta, quedando todavía lo más duro por delante. No me preocupé mucho, la verdad, es un veterano de esos que se agarran y no mueren nunca. Cuando llegue la IIIª Guerra Mundial, quedará él junto a las cucarachas radioactivas.
Y volvíamos a la pista de subida a las Cenizas, que realizábamos con cierta tranquilidad hasta que ralliero con colores de Uruguay nos adelantó y desató la guerra puesto que Raúl, todavía con el recuerdo de los piques con los uruguayos en la Transalpina, saltó como un perro de presa detrás.
Pronto se descubrió que el ralliero iba de farol y le dieron matarile a base de bien. Sigo sin entender a estos globeros que se pican cuando ven a un grupito por delante, lo pasan a todo trapo y quedan en evidencia poco después. Supongo que sus soñadoras mentes extienden cheques que sus piernas no pueden pagar. Fue a por lana y salió trasquilado.
Por detrás descubrimos la resurrección de nuestro otro Rafa, el bocairentino, que tras años de rutas con “Los Mataos” finalizando muerto, se permitió el lujo de tomar la delantera durante un rato y seguir a buen ritmo. El rallimanismo comienza a hacerse un huequecito en sus venas, voy a tener que organizarle ruta endurera para que la infección no se extienda. Quizá Polo conozca el mejor antídoto.
Esta vez no llegamos a las baterías sino que cogimos senda a la izquierda cerca del final, no cogimos la senda de Ángel de este verano por ser secreta y recordarla más endurera. No quería meter a los compañeros en grandes berenjenales, algo difícil de evitar estando junto a la Huerta de Europa.
No lo conseguí, puesto que la caída de buena cantidad de árboles ha modificado el recorrido de la senda, convirtiéndola en un hilo de tierra estrecho y técnico, muy chulo, que me obligó a echar pie a tierra en más de una ocasión, causando el pánico entre el resto de la tropa, sobre todo al descubrir que Batman estaba entre nosotros.
A todos nos han enseñado desde pequeños que Batman es Bruce Wayne, un acaudalado millonario de Gotham, que dedica su dinero y tiempo libre a jugarse el tipo mientras lucha por la justicia. Siempre me resultó sospechoso que un tipo con tantos billetes tuviera dicho hobby pudiendo dedicarse a viajar y ligar con chicas guapas. Además, si quieres luchar por la justicia, en lugar de atrapar cacos de tres al cuarto, tendrías que atrapar políticos, que roban mucho más. La coartada de “DC Cómics” siempre me resultó sospechosa.
Pues bien, hoy descubrimos que la identidad real de Batman es Rafel Vidal Soler, alias “Tipotane”, o “Tipatone” según alguno, al que pillamos “in fraganti” en un recodo de la senda; no es que estuviera con su traje de superhéroe sino en posición de murciélago, colgado boca abajo más allá de la senda.
Pese a que nos insistió, una y otra vez, en que había enganchado un pedal con un tronco y volcado montaña abajo, todos lo miramos con desconfianza, le dimos una palmadita en los hombros y le prometimos guardar su identidad por encima de nuestro cadáver. Yo siempre cumplo mis promesas.
Tras el incidente con el superhéroe de Bocairent, llegamos a bonito mirador y nos encaminamos a la que debería ser una divertida y plácida bajada por senda limpia en la que, lo primero que vi, fue una “X” de GR pintada sobre el tronco de un pino. Nosotros teníamos que bajar por ahí y un sudor frío recorrió mi espina dorsal. No dije nada para que no cundiera el pánico entre el grupo pero, sobre todo, para que no me tiraran por el precipicio. Inicié la bajada rápido para que no les diera tiempo a verla.
Tras de mí se vino Raúl y pronto descubrimos el por qué de la señal, la senda está muy empinada y se ha llenado de grandes regueros que hacen, de una plácida senda, un bajadón técnico de los buenos. Yo iba divertidísimo, algo menos Raúl cuando escuche una bici dando vueltas y al biker dando culada sobre piedra puntiaguda. Hay mejores formas de acabar con el estreñimiento, el kiwi va muy bien.
A los regueros se unieron bien pronto los pinos caídos, que obligaban a bajarse de vez en cuando. Fue una lástima porque cortaban el ritmo pero, la verdad, a mí me gustó la senda y la repetiría, ha quedado muy divertida y si se quitan los árboles, de categoría. No pregunten al resto que igual les dice otra cosa, salvé mi vida porque se veía claramente que por allí había antes una senda ancha y buena. Me libré por poco.
La parte final vuelve a ser plenamente ciclable y, tras giro a la derecha, nos dirigimos de nuevo hacía las urbanizaciones de Atanamaría, previo paso por un ramponazo de miedo que estaba espectacular por el terreno, maravilloso. Allí murió Joan este verano.
Atravesamos de nuevo las urbanizaciones, y nos dirigimos hacía la tan comentada senda, la que daba sentido a la ruta pese a que lo visto hasta ahora había gustado mucho. El Monte de las Cenizas y sus alrededores no defraudan pero Calblanque es especial.
Esta vez, en lugar de realizar la senda de Ángel por la Cala de Las Mulas, realizamos el recorrido tradicional por el GR, un poquito más arriba y al que se entra junto al Albergue de la Casa Roja. Advertí a todos para que llevaran cuidado con la senda porque tenía algún que otro paso técnico pero no estaba preparado para lo que vi, no lo recordaba así.
Y es que, si ya tenía idealizada la senda, lo que allí me encontré fue una de las sendas más brutales que haya hecho nunca, de verdad, la senda es técnica en todos sus pasos, se convierte en un sube y baja continuo que te va exigiendo en cada momento, sucediéndose los escalones en ambos sentidos, ascendentes y descendentes, con lo que te exige un montón y te lleva al límite de tu habilidad técnica. Sencillamente espectacular.
Inmediatamente quedé poseído por el espíritu de las sendas y comencé a reír sin parar, pasando un tramo tras otro, una corta bajada y fuerte repecho después, muchos de ellos con emocionante caída a la derecha que obligaba a estar muy seguro en las decisiones. Qué brutalidad de senda, estoy seguro que las lluvias de septiembre le han dado este punto tan brutal, no me quiero imaginar cómo estará la de Ángel.
La emoción se acumuló un poquito más atrás, donde mis risas se convirtieron en un síntoma de mi locura para el resto del grupo mientras pateaban la senda, excesivamente técnica para casi todos. Alguno lo intentó al principio pero pronto lo dejaron estar en cuanto vieron a Agustín agarrado a una palmera para evitar irse montaña abajo.
Y es que siempre viene con protes, pero hoy se dejó la capa de Supermán en casa y Batman seguía insistiendo en que no era él, por lo que tampoco estaba por la labor de descubrir su mascarada y, al final, lo tuvieron que sacar del hoyo entre varios, siguiendo con la senda mucho más calmado. No me fusilaron los compañeros por la espectacularidad de la senda, realmente bonita y que transcurre cerca del mar, no habiendo llegado todavía a la mejor parte.
Llegamos a las playas de Calblanque, donde realizamos corto pisteo junto a las Salinas del Rasall, para internarnos en la que todavía iba a ser la zona más bonita del día, también con tramos técnicos pero con más zonas ciclables.
A la senda se accede por terrible rampón que logré subir sin saber muy bien cómo puesto que la inclinación es terrible y has de ir escalando como una cabra, escalón tras escalón. Sin duda es gracias al fabuloso grip que tiene la subida, agarra como el pegamento y debes luchar contra tu mente para decir, sí se puede, porque tus ojos dicen otra cosa.
Traté de evitar el rampón a los compañeros pero no recordé cómo se hacía, por lo que buscaron la forma de sortearlo sin éxito y tuvieron que hacerlo a pie. Como deberes para la próxima ocasión, prometo estudiar con calma la alternativa para ellos.
Una vez en la senda, se inicia espectacular tramo sobre el mar y bajo unas montañas de colores cambiantes por la diversidad de minerales que las componen, de la que salieron fotos realmente espectaculares. No se nos olvidará nunca esta senda.
Mucho menos a Ginés ya que, al pasar un corto tramo de pateo, entramos en otro con cuerda a la izquierda para ir agarrándose, por lo que agachó la cabeza, cogió la bici y se pegó un sprint digno de Usaín Bolt en la final de unos Juegos Olímpicos. Levantó más polvo que el Correcaminos. Maldito vértigo.
La parte posterior volvía a ser ciclable salvo algún paso puntual, como el escalón que Ángel se bajó en julio y que todavía no me explico cómo, juro que el resto del grupo me miraba como si les estuviera contando una trola mientras veían el abismo imposible con curva. La próxima vez que vuelva con él, será cuestión de grabarlo para no perder mi escasa credibilidad.
El resto de la senda fue una entretenidísima llegada a la Cala Reona, con un último tramo de bajada trialero, más emocionante todavía tras las huellas de las lluvias de hace dos meses, coronando una ruta que fue realmente espectacular y que, pese a los pateos, acabó gustando a todos por el lugar por donde transcurría. Les juro que no harán senda igual. Vengan, sin miedo a bajarse de la bici, y disfruten.
Nosotros lo hicimos, y todavía más, porque coronamos la ruta con un arroz con conejo y caracoles en “Casa Simón”, nuestro querido templo gastronómico, en el que nueve bikers disfrutamos de paella a la leña, con aperitivos, ensalada, surtido de postres, café y licores por 15 €, poniendo el colofón a un grandioso día que espero repetir.