Tercer día en Aínsa, reservado para realizar la Trilogía de San Vicente, convertida hoy en tetralogía al añadir la variante de Santa Cecilia, una bajada más que no queríamos dejar escapar pese a la correspondiente subida. No defraudó en absoluto, su parte final es de esas que recuerdas para siempre. No se corten y háganla si les quedan energías, lo agradecerán.
Salimos a la calle y el día estaba espectacular, lucía un sol radiante que presagiaba grandes cosas, por lo que iniciamos la marcha con muchas ganas. Pasamos por la Plaza Mayor de Aínsa, la Plaza del Castillo y, una vez fuera del pueblo, giramos rápidamente a la derecha, por carretera primero, pista después hasta alcanzar el Mirador del Cinca, lugar fantástico para disfrutar de las vistas.
Tras las fotos de rigor continuamos por divertida senda que crestea La Serreta, ciclable salvo una corta rampa y con una divertida bajada final que levanta los ánimos tras apenas haber empezado. Bonita foto de Rafa haciendo un Rossi pero sin patear a nadie.
Fue curioso encontrar un GPS tirado en mitad de la senda que rápidamente paramos a recoger. Preguntamos a dos bikers que llegaban detrás pero no era suyo así que lo recogimos y decidimos entregárselo a Jorge al terminar por si era posible encontrar al propietario.
Me llamó la atención que no encontrásemos a nadie buscándolo en todo el día, estaba claro que el dueño no lo estaría utilizando para seguir un track, se hubiera dado cuenta inmediatamente, sino para grabar una ruta con el aparato en la mochila. No me puedo imaginar cómo sería de aburrida la ruta programada para que el GPS decidiera escapar. Tuvo suerte, nosotros hicimos una mejor, seguro.
Tras la Serreta, atravesamos el Río Forcaz y comenzamos una tranquila ascensión de cinco kilómetros por pista en los que alcanzamos a los dos bikers encontrados en el descenso previo y que resultaron ser padre e hijo, el primero se llamaba Óscar, el segundo tenía 14 años y montaba un bicho que ya me hubiera gustado a mí. Si con esa edad ya estaba disfrutando de rutas por Aínsa, no me quiero imaginar lo que será capaz de hacer en unos años.
Fuimos charlando tranquilamente a lo largo de la subida, demasiado tranquilamente me parecía a mí que iba Óscar, hablaba con una facilidad pasmosa, a mi me costaba seguir la conversación. Resultó que llevaba una eléctrica y no lo advertí hasta que lo dijo él, yo apenas aguantaba el resuello. Sí lo debían haber visto Rafa y el chaval, que se fueron quedando atrás.
Nos separamos a media subida porque Rafa iba acalorado con el ritmo, se quitó algo de ropa y vimos acercarse a otro biker que venía a pie, arrastando la bici, había roto la cadena. Yo pensaba que estaría buscando el GPS. Le ofrecimos nuestra ayuda, los eslabones rápidos de los que disponíamos pero el hombre no la aceptó, decía que iba a Aínsa y que todo era cuesta abajo, espero no se equivocara porque creo que algún repecho tuvo que hacer.
Nosotros seguimos la pista hasta entrar en senda a la derecha, hacer una corta subida y llegar al primer bucle de la ruta, que se iniciaba con la primera bajada del día, la de Planaermita. Allí estaban Óscar y su hijo que no llevaban GPS y no tenían claro el sentido a seguir.
Mientras nos poníamos las protes, ellos iniciaron el descenso, yo salí poco después y Rafa cerraba el grupo. La bajada es muy cerrada y bonita en su inicio, se va poniendo técnica poco después, tampoco demasiado, pues aparecen rocas y algún que otro escalón. Lo más complicado fue una curva de izquierdas con varias rocas que esquivar.
Muy pronto comencé a escuchar a la familia por delante, por lo que solté frenos un poquito más y los cogí, la bajada era divertidísima, rápida, con algunas curvas muy chulas pero, cuando los cogí, fue cuando más entretenido se puso, una senda de las que salen en los vídeos, meteórica y con curvas enlazadas, poco cerradas y con pequeños peraltes en los que apoyarte.
Llegando al final, Óscar y su hijo se paran a fotografiar las vistas que se intuyen al otro lado de los árboles…..para parar estaba yo…..por lo que seguí ahora sí a toda máquina hasta acabar exultante de felicidad, tras un tramo realmente divertido, tirando la bici de una curva a otra.
Igual de feliz fue llegando el resto, menudo inicio de la tetralogía. Pero cuando pensábamos que ya había terminado, la pista volvió a convertirse en senda y volvió a descender, ahora en un tramo corto pero expuesto al final, en el que Rafa arrimó demasiado a la pared, huyendo de la caída de la derecha, y tuvo que parar no fuera que el manillar le escupiera. La trialera acababa como todas, en un río.
Es conocido por todos que si pones Roma en un GPS, el aparato colapsa, echa humo y explota puesto que las rutas para llegar son infinitas, todos los caminos llevan allí. Algo similar ocurre en la Zona Zero puesto que todas las trialeras acaban en un río, torrente o arroyo. Allí no te mueres de sed ni queriendo. Supongo que hacer barranquismo por la zona debe ser peligroso por tener que estar continuamente esquivando bikers saliendo de las sendas.
¿Y qué pasa cuando llegas bajando a un río y lo cruzas? Pues que toca subir, en este caso poco cacho pero muy duro. Lo intenté en un par de tramos pero era imposible, hay que bajarse un poquito, nada importante, hasta la carretera que lleva a San Vicente de Labuerda, que da nombre a la ruta.
Aquí se inicia otro tranquilo ascenso de dos kilómetros por asfalto hasta el pueblo, en el que Óscar echó una mano a su hijo remontándolo hasta allí, el chaval lo agradeció mucho. En cuanto llegamos nosotros les avisamos que íbamos a dar una vuelta por dentro para echar unas fotos de las vistas, después visitamos su iglesia y decidimos seguir la ruta.
Una lástima que la pareja no entendiera nuestros planes y, al encontrar el bar del pueblo, decidieran parar un ratito esperando nuestra llegada. Nosotros no vimos el bar, por lo que seguimos por separado a partir de ahí.
Otros 2.5 kms de pista ascendente y nueva entrada en senda, por la izquierda, que pensábamos era la antesala de nueva bajada pero, qué va, seguimos subiendo, menos mal que era bonita y los pasos técnicos eran factibles. Cuando finalizó el tramo resulta que estábamos justo al inicio de la primera trialera. Habíamos acabado el primer bucle.
Deshicimos parte del camino del inicio hasta la entrada, ahora sí, del segundo bajadón del día, el de Cocullón, de 1.5 kms aprox, también muy rápido y divertido, con piedras, como casi todas las bajadas de aquí…..¿Adivinan qué había al final de la trialera? Espero no tener que recordarlo.
Acabamos saliendo a una pista y girando a la derecha en un punto donde había una valla con un caballo y un asno, a los que fotografiamos. A ustedes dejaré las asociaciones, yo solo diré que el de las orejas más largas me hacía ojitos.
Allí iniciábamos otro bucle con una subida por pista de 1 km que Rafa comenzaba a acusar, la ruta de hoy era bastante rompepiernas, con un perfil más propio de rutas ilicitanas, cortas pero duras subidas, rápidas bajadas. Ahí terminaba el parecido.
Tras llegar arriba, cortísimo descenso y desvío a la izquierda para coger la tercera bajada del día, la de Mayorcas, cuyo inicio es compartido con Santa Cecilia, la variante final. Divertida y rápida al inicio hasta parada en el desvío de ambas bajadas para consultar el GPS y evitar confundir el orden de las mismas.
En ello estábamos cuando nos llevamos una gratísima sorpresa, Óscar y su hijo vienen por detrás, nos explican que pararon en el bar de San Vicente pensando que pasaríamos por allí. Lástima no haberlo sabido, un Matao no se salta un bar ni por mandato divino.
Explicamos a Óscar nuestra intención y un brillo apareció en sus ojos, lástima que su hijo estuviera ya fundido y no consintiera, bastante hizo con aguantar la Trilogía completa, qué máquina. Así que bajaron ellos primero y les fui siguiendo hasta la separación final.
La bajada de Mayorcas es divertida pero tiene una trampa de la que afortunadamente fui advertido, tras un potente tobogán con curva a la derecha, la trazada natural te lleva a un salto de más de un metro de altura que, si no lo conoces, es probable que lo cojas sin querer y, como frenes a su entrada, acabas besando el suelo con ganas, seguro que demasiadas. Yo logré esquivarlo porque fui toda la bajada esperándolo pero, saben qué, ahora que ya sé dónde está, la próxima vez lo salto y será espectacular. La foto o el piñazo, ya veremos.
Una vez terminada la bajada, vamos girando a la izquierda hasta finalizar en la carretera, casi a la altura de Labuerda, en cuya gasolinera paramos a beber un Aquarius bien fresquito que entró fenomenal, hacía mucha calor.
En cuanto retomamos la marcha, volvimos a coger pista ascendente a la izquierda y pronto llegamos al punto donde cerrábamos el bucle, de nuevo junto al caballo y al asno, que volvió a hacerme ojitos.
Nuevo remonte de un kilómetro por pista, entrada a Mayorcas y, ahora sí, cogemos el desvío por Santa Cecilia, a la izquierda, variante que rápidamente vemos es muy poco transitada, cuesta seguir la senda, a veces vas por intuición y en algún lugar confundes la trazada.
Un par de sitios bonitos, con alguna curva cerrada y técnica donde Rafa me sacó una bonita foto.
Otro tramo muy, muy expuesto (Variante Precipicio, Rafa dixit) donde una piedra golpeada por mi rueda trasera estuvo largo rato dando vueltas y cayendo, hasta que llegamos a un punto donde un cartel indica “Peligro”. Hasta ahora la bajada no acaba de convencer, el no tener clara la trazada le quita flow. Lo estaban reservando todo para el final.
Ante el cartelito, decidimos bajarnos y asomarnos, entendiendo rápidamente el por qué de su existencia: la senda baja en picado, entre dos o tres pinos y con una curva a la derecha, allá al fondo, que o coges bien o te vas para abajo. Lo miramos un par de veces para ver la trazada y allá voy, tengo claro por dónde, lo veo.
Aproximo muy despacio, trazo por la zona de más grip, la bici se va un pelín de atrás pero no tengo problemas en meter la bici en la curva y veo que la bajada sigue muy empinada, por lo que continuo riendo y gritando; giro a la derecha en noventa grados….y la locura, caída en picado por senda estrechita aunque sin obstáculos, con curva abierta a la izquierda al final. Yo no puedo parar de reír, solo hago que gritarle a Rafa para que me espere, que ahora subo a echarle la foto. Colosal.
A la que puedo, dejo la bici a un lado y trato de subir corriendo todo lo bajado pero….¿Es que podía?....tuve que ayudarme de las manos para poder llegar arriba del todo, era increíble la pendiente realizada, pensaba que no llegaba. Cuando lo conseguí jadeaba como un perro, agotado de subir a pata, menudo palizón.
Encontré a Rafa charlando con otro biker, que venía con un perro, resulta que el hombre quería hacer la Trilogía de San Vicente sin GPS, solo con un mapa, y se había perdido sin remisión. Nosotros le explicamos nuestra ruta y, en un principio, hizo intención de seguirnos pero, en cuanto vio lo que le venía por delante, lo dejó estar, así de peliagudo estaba. Se fue por donde había venido.
Era el turno de Rafa y tras los nervios del comienzo, se fue hacia abajo y bajó sin despeinarse, es increíble la confianza que ha cogido con la Genius, baja fenomenal, muy controlado y por el sitio permitiéndole disfrutar de las bajadas muchísimo más que antes, por lo que se puso a gritar, sobre todo cuando hizo la famosa curva de los noventa grados y desapareció allá en lo bajo. Yo iba detrás, corriendo y echando fotos como podía, tres salieron.
Tras la explosión de alegría que nos invadió a los dos cuando paró a que recogiera mi bici, seguimos bajando y, cómo no, la trialera finalizó en un río pero, en esta ocasión, no había que atravesarlo….¡¡¡¡ La ruta iba por dentro !!!!
Increíble, no dejábamos de mirar el GPS, es cierto, es por aquí, no hay sendas a los lados, no dejábamos de mirar pero no veíamos otra alternativa. Este tramo es mágico, vas por el lecho de piedra de un arroyo con agua, muy limpia y con grip, que permite rodar con una facilidad pasmosa. Estábamos alucinados. No lo olvidaremos nunca.
Encontramos alguna rampa, pequeño escalón, todo con una confianza tremenda dado el buen agarre de la piedra y, eso sí, encontramos un corto tramo más pedrolenco donde era complicado pasar sin mojarte los pies, no acabábamos de creer que estuviéramos dentro del track pero así era.
Justo cuando empezaba a aparecer el musgo y la piedra se vuelve resbaladiza, llegamos al punto de salida del río, por una pista que nos lleva al final de la trialera de Mayorcas tras un retorno por pista con rampa muy potente. Señores, no lo duden, hagan la tetralogía, es más, si quieren tres, hagan Santa Cecilia y dejen Mayorcas, el final no lo olvidarán, seguro.
El retorno a Aínsa se realiza por otra preciosa senda, ciclable y con pendiente ligeramente descendente hasta que volvimos a llegar al cruce del río Forcaz en La Serreta, entrando al pueblo por un bonito barranco con algo de barro por brotar agua de alguno de sus puntos y que sale junto a la Cruz Cubierta, donde realizamos las últimas fotos del día, llegando a Aínsa con ganas de pegarnos nuestra última comida en la Zona Zero, que fue plenamente disfrutada, sobre todo por el retorno al hotel por la trialera que hay a espaldas del pueblo.
Ya por la tarde, pasamos a visitar a Jorge por su tienda de “El Reyno de Sobrarbe” donde entregamos el GPS. Le comentamos lo bien que lo habíamos pasado en Santa Cecilia y que, al día siguiente, haríamos Coda Sartén para despedir la Zona Zero por todo la alto. Grande fue la sorpresa cuando nos dijo que, en su opinión, lo que habíamos hecho era más difícil que Coda Sartén, por lo que quedamos tranquilos para la última ruta.
El dia que vaig fer esta ruta em va encantar, tot i que vaig trobar fang i em vaig quedar amb les ganes de tornar-la a fer.... però sense fang. He pogut repetir-la i ademés fent una baixada mes. ES-PEC-TA-CU-LAR. Ací la resta de fotos. https://www.facebook.com/rafel.vidalsoler/media_set?set=a.10156035957301138.1073741930.560231137&type=3
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